14.4.24

Al Gobierno y a mí nos gusta Broncano

[Montanoscopia] 

1. Me gusta Broncano. Me gustan sus entrevistas gamberras, irreverentes, escatológicas. Es el único programa en que se habla de la mierda. A la brasileña Anitta le hizo un tercer grado sobre cómo cagaba. Broncano habla también de sexo y de dinero. Es el único programa materialista. Tal vez por eso me gusta. Lo desagradable ha sido saber que no solo me gusta a mí: también le gusta al Gobierno. Tenemos, joder, los mismos gustos. 

2. El Gobierno quiere convertir a Broncano en su niño o niña de San Ildefonso, que le cante acariciantemente el Gordo cada noche. Es un gran desafío profesional para Broncano. ¿Cómo lo hará? Es un desafío en primer lugar técnico. No me imagino su estilo en el prime time. ¿Lo mantendrá? ¿Lo modulará? ¿Sabrá modularlo? No creo que Broncano tenga otro registro. Una cosa es que nos guste al poder y a mí y otra que vaya a gustarle al público masivo. Me he acordado de aquel lanzamiento que se intentó con el George Sanders español, Francis Lorenzo: El efecto F. Duró dos días. Ahora van a lanzar este efecto B, al que francamente no le veo ninguna posibilidad. Pero estoy curioso. Al menos será bonito ver cómo arden nuestros impuestos. Aunque se gasten mal, a los socialdemócratas nos gusta ver que los impuestos al menos se cobraron. 

3. Sánchez ha dicho que le sujetemos el cubata, que, resueltos los problemas de España (gracias a Sánchez), va a resolver ahora los de Palestina. Es un fenómeno el tío. Va a pasar a la Historia no, lo siguiente. 

4. Jorge San Miguel anda a la caza de las innovaciones constitucionales de nuestros autodenominados progresistas. Esta semana, caza mayor. "La mayoría soberana de este país", le ha cazado a la portavoz del PSOE Esther Peña. Y a Errejón (a quien se le dispara el falangismo como al Dr. Strangelove se le disparaba el brazo): "El pueblo de la coalición". 

5. Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, es la nazionalista perfecta. Lo que son nuestros nazionalistas, y que no siempre han exhibido por un último rescoldo de vergüenza, de autoconciencia, o quizá solo por pudor estratégico, se exhibe sin tapujos en Sílvia Orriols. 

6. Memorable artículo de Albert de Paco en La Razón sobre Servando Rocha, el que hizo de tuno negro con sus estomagantes bobadas ideológicas en la presentación de la Noche de los Libros de Madrid. Es muy divertida la dicotomía de los adeptos a nuestro, así llamado, Gobierno progresista. Por un lado, gracias a Sánchez se vive muy bien en España. Por el otro, por culpa de Ayuso se vive muy mal (¡y se muere!) en Madrid. (Salvo cuando ponen a Madrid como ejemplo de lo bien que se vive en España.) El "terrorismo inmobiliario" es por Ayuso y no por las leyes del Gobierno. En el balance tétrico de la pandemia solo cuentan los muertos que se le puedan endosar a Ayuso. La conjunción de la ideología y la literatura produce monstruos propagandísticos. Para gran satisfacción (¡pancista!) de quien se presta a hacer de coctelera. 

7. Buscando sobre el cantante José Umbral para escribir mi despedida de Silvia Tortosa, me enteré no solo de que él también había muerto, sino de que era un policía infiltrado. Infiltrado en el mundo de la canción ligera. ¡Habría que hacer una película! Precisamente me he estado dedicando las últimas semanas a ver películas de espías, sobre todo las adaptaciones de las novelas de Le Carré. Están en general bien, pero he terminado enganchado a la vieja serie El topo, con Alec Guinness, que es el mejor George Smiley. 

* * * 

12.4.24

¡Te pillé, Argullol!

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 4:19:30
 
Buenas noches. "¡Te pillé, Argullol!". Esto exclamé al final de una entrevista a Rafael Argullol a la que volveré en un minuto. Antes diré que me he pasado estos últimos años fascinado con el personaje. Argullol es filósofo, escritor, poeta, profesor, viajero... Una figura importante, y ciertamente singular, de nuestra cultura. Ha escrito libros excelentes como El héroe y el único, El fin del mundo como obra de arte, Visión desde el fondo del mar o, el año pasado, Danza humana. Se ha ocupado, entre otras cosas, de los grandes problemas de la humanidad: el totalitarismo, el consumismo, el desafío tecnológico, el cambio climático, el ocaso de la civilización occidental... ¡Para todos ha tenido su campanuda palabra! Sin embargo, siendo de Barcelona, no ha dicho ni mú sobre el procés: esa forma local de xenofobia y totalitarismo con la que ha convivido tan guapamente. Yo me he reído todos estos años de su silencio. Cuando nuestro David Jiménez Torres publicó La palabra ambigua, que incluye una tipología de los intelectuales, le dije en broma que se había olvidado del "intelectual argullólico", ese que se moja en los temas universales, en los que no se juega nada, pero calla sobre aquellos que podrían perjudicarle. Y así llegamos a la entrevista. Se la hace Sergio Vila-Sanjuán en la Fundación Juan March (está el audio en la página web) y en el turno del público una asistente le pregunta: "Como filósofo e intelectual catalán ¿cuál es su opinión sobre el movimiento independentista de Cataluña?". Respuesta: "Uy, no. Si us plau! Si us plau!". Fue ahí donde salté: "¡Te pillé, Argullol!". Por fin había quedado enmarcado, subrayado, ¡gritado!, su silencio. La siguiente pregunta volvió a ser sobre un gran tema universal, y ahí ya el héroe cívico Argullol (¡el único!) respondió de nuevo campanudamente.

11.4.24

Silvia Tortosa con retraso

Se murió Silvia Tortosa cuando me encaminaba a Lisboa y no me pude despedir. Lo hago ahora, con retraso. Me sorprendió que la recordaran como "musa del destape". Tal vez lo fuera, pero no para mi generación, la más nutrida, que no parece que esté decidiendo los titulares de los periódicos. Para nosotros fue y será siempre la musa de Aplauso. Y siempre estará presentando con absoluta profesionalidad a los cantantes de la época. La estoy viendo ahora: era su presencia y su voz; su pelo rubio; su gestualidad precisa y sonriente, sin un fallo. Eran los tiempos de la música disco, justo antes de la Movida. Su elegancia moderna pronto quedaría anticuada.
 
Tengo dos historias con ella. Se ha puesto de moda denostar las necrológicas en que el necrólogo se interpone. Pero a mí me gustan, porque no se interpone: simplemente ilumina los momentos en que el personaje que ha muerto se mostró para él. Entonces revive con ese flash.
 
Cuando estaba en la cumbre de su fama con Aplauso, Silvia Tortosa entró en mi bloque de barrio malagueño. Su novio era un cantante de aquí, José Umbral (¡yo conocí ese apellido adosado a Pepe y no a Paco!), cuyos padres vivían en la otra escalera. El padre de él murió y ella lo acompañó cuando vino al velatorio. Se corrió la noticia cuando ya estaba dentro. Cinco o seis niños decidimos presentarnos entonces en el piso para que nos firmara un autógrafo. A alguna madre se le ocurrió que llevásemos fotos nuestras. Y así, cada uno con su foto en la mano, llamamos al timbre. "¿Está Silvia?". Entramos muy formalitos, en fila, les dimos el pésame a los familiares y nuestra foto a Silvia, que fue encantadora: nos plantó dos besos a cada uno, nos preguntó el nombre y lo escribió detrás de la foto, con su firma. Nos sonrió todo lo que le permitían las circunstancias. Yo estaba nervioso. Tampoco era ajeno a las circunstancias. En cuanto salimos, miramos con ilusión qué nos había escrito. En mi foto había una mancha de tinta azul: el sudor de mi mano lo había borrado.
 
Treinta años después, pasé una tarde y una velada con ella. Cuando nos presentaron no le dije que yo fui uno de aquellos niños malagueños, de los que sin duda se acordaría, por las circunstancias. Para entonces era solo un guionista que tomaba notas. El creador y productor de una nueva serie me daba alojamiento en su casa de la calle Lagasca de Madrid, frente a la embajada de Italia. En los preparativos iba recibiendo a los actores y actrices en el salón para charlar con ellos y perfilar sus personajes. De eso tomaba yo notas. Silvia acababa de cumplir sesenta años y había hecho para una revista (creo que Interviú) un reportaje picante con el título "Los felices sesenta".
 
La charla fue tan agradable que el productor la invitó a que se quedara a cenar. "Descorcharé uno de mis mejores reservas para la ocasión". Cenamos los tres en la cocina y la delicia se prolongó. Yo hablé poco, he de decir. No llegué a establecer confianza. Por eso me azoré cuando a la una de la madrugada me pidió que la acompañara al parking para coger su coche. Cruzamos algunas palabras en el ascensor, más bien formales. Caminamos por el parking hasta su coche. Lo abrió. "¿Y si...?", se me pasó por la cabeza. ¡En homenaje al niño, hombre! Pero no le insinué nada. Tampoco capté en ella ninguna invitación. Nos dimos dos besos de despedida. Entró, arrancó y se fue. Otro borrón azul.
 
* * * 

7.4.24

Peonadas gubernamentales, colapso moral y el alcalde como príncipe

[Montanoscopia]  
 
1. Después de Savater, solo quedaba echar a Cebrián de El País. Al menos respetan los escalafones. Con Cebrián culminan su tarea: ya no queda nadie. Una de esas periodistas que tienen la triste misión de ser "desenfadadas" (suerte difícil en la que solo acertó a brillar Lindo) y que no logra despegar su siempre previsible "desenfado" del moralismo inquisitorial, despide a Cebrián con un sic transit gloria mundi. Alguien debería decirle que este latín es hoy de aplicación más bien a su periódico.  
 
2. Siempre he dicho que El País es el único periódico con el que he tenido una relación sentimental. Los demás me han gustado más o menos, pero sin aquella emoción que trascendía el periodismo. Me formé con El País y en sus papeles vi por primera vez nombres decisivos en mi vida: Cioran, Leopardi, Pessoa... Esa relación se quebró un poquito cuando se fue Umbral, aunque para entonces yo no era tan umbraliano. Quedaban mis favoritos, Savater y Azúa, que ya no están tampoco. Ahora están en The Objective, como Caño y desde esta semana Cebrián. También estuvieron en El País nuestro director Álvaro Nieto y el jefe de opinión Luis Prados. Y otros colaboradores como Elorza, Carreras o Esteruelas. En el modo crepuscular que me caracteriza, me regocija verme con ellos. Ellos, al fin y al cabo, y no lo que queda en el periódico, eran El País.  
 
3. Otro de mis ídolos, que escribió para El País y ahora lo hace también para The Objective, Luis Antonio de Villena, le dedicó un poema a lord Bolingbroke, dandy inglés del siglo XVIII que se paseaba "del brazo de una naranjera horrenda". Su propósito era que su belleza resaltara por comparación. ¿Será ese el propósito de Sánchez con Puente? Aunque a la vez (y me inspiro en una idea de David Mejía) puede que Sánchez, al haber colocado a Puente como cara visible de su gobierno, por delante de la suya propia, haya cometido su único acto de honestidad: mostrar la verdadera cara del sanchismo.  
 
4. Mi querido Idafe (¡él sí que queda en El País! ¡El País es él ahora!) le señaló a Puente en Twitter una bromita mía contra el ministro. Me pareció una simple muestra de servicialidad por su lado, y admiré el celo con que lleva a cabo sus peonadas gubernamentales. Pero ahora que sabemos que el ministro lleva un listado de los columnistas críticos, la "espontaneidad" de Idafe adquirió un tinte más tétrico. No era un acusica sin más, sino un funcionario del poder que estaba completando un expediente. 
 
5. Divertidísimo artículo de Ramoneda (en El País, por supuesto) en que asegura que Sánchez no es un táctico, sino un estratega: las ocurrencias del presidente abren nuevos paradigmas políticos no solo en España, sino en el mundo entero... Es maravilloso cómo el veterano comentarista de pronto siente celos de una joven, Estefanía Molina: ¡no va a permitir que sea ella la que le suelte los más campanudos ditirambos al presidente!  
 
6. El estratega Sánchez, vestido de forense, con los huesos de los muertos de la Guerra Civil. Colapso moral. Sin palabras.  
 
7. El declive de Aznar comenzó con la boda de su hija en El Escorial. Desde fuera se veía clarísimo que aquello era un error, además de un horror. ¿Qué tiene el poder que les ofusca el sentido a quienes lo ostentan? Hay como un impulso inevitable de exhibición, que anula todo lo demás. Ahora Almeida se casa y Telemadrid retransmite la boda, como si el alcalde fuera un príncipe. ¿Cómo es que no se dan cuenta del ridículo? 
 
* * * 

6.4.24

'Mensagem' de Fernando Pessoa

Lista de reproducción con las canciones de los 44 poemas de Mensagem, de Fernando Pessoa, en el orden en que aparecen en el libro. 

Mensagem, como toda la obra de Pessoa, está en el Arquivo Pessoa.

4.4.24

Lisboa no se acaba nunca

Escribí mi artículo del domingo sobre Lisboa nada más dejar la ciudad, mientras atravesaba Portugal en el autobús; pero Lisboa no se acaba nunca y quiero seguir escribiendo. Estos viajes de una semana no dejan de ser turísticos, y más en una ciudad ya tan turística como Lisboa, en que uno, turista, se topa con turistas. Sin embargo, su sustrato es tan poderoso que en el recuerdo permanece la Lisboa lírica o metafísica. Es como en los daguerrotipos: las personas no salen. Ayudó la lluvia. Y además nos metimos por sitios pocos frecuentados por extranjeros: eran los sitios más extranjeros.
 
Los peor del turismo son los guías turísticos, desenfadados, insoportables. Por rendir tributo, me senté a tomar un café en A Brasileira, justo frente a la estatua de Pessoa. Así pude asistir a la triste vida de Fernando en la actualidad: una posteridad que le hubiera amargado. O tal vez se la hubiese tomado con humor. Era una parábola de la gloria literaria. ¿Cuántas veces pasó por el lugar sin saber que lo iban a tener sentado allí para siempre? Los turistas se paran a darle palmadas, collejas, besos, puntapiés. Se hacen fotos a su lado señalándolo como a un rapero. Lo peor es cuando llega el guía con un grupo y resume su vida de un modo escalofriante. Parece una de las torturas inventadas por Dante para el Infierno.
 
La primera tarde no llovía, aunque estaba nublada: un gris hospitalario. Nos sentamos en una terraza del Cais do Sodré y, aun entre turistas, pasamos mucho tiempo (un tiempo sin tiempo) tomando vinho verde y charlando, con la mirada puesta en la fuga del Tajo hacia el Atlántico, tras el puente 25 de Abril. Unas bombillas ensartadas en cables curvos le daba un aire de verbena al recinto. Había tumbonas al borde del río-mar, como chaise-longues para tuberculosos que no tomaban el sol sino la niebla. La niebla trae el deseo de desaparecer.
 
Es bueno llevar un propósito para internarse por terrenos poco previsibles. Mi acompañante colecciona vinilos y eso nos permitió extraños itinerarios en busca de tiendas. En el corazón mismo de Lisboa estaba el lugar más sorprendente: el Espaço Chiado, en rua da Misericórdia 14 (con puerta trasera por rua Nova da Trindade). No sé si conoció mejores tiempos, pero hoy vive en una pulcra decadencia, con galerías vacías y escaleras mecánicas paradas. De lo que se proyectó como centro comercial, solo queda alguna joyería, un par de pedicuras, un mostrador con productos brasileños y lo mejor: tres o cuatro tiendas de discos de segunda mano, dos de las cuales son excepcionales, Sound Club Store y Vinylrarities. El dueño de la primera estaba en una permanente sesión de DJ, pinchando para sí mismo y para los pocos clientes.
 
En Groovie Records (rua Angelina Vidal 80A), tienda por la que conocimos el barrio de Vila Cândida, al otro lado del mirador de la Senhora do Monte, nos enteramos de que esos días había una feria del vinilo en Santa Clara. Callejeamos por más zonas desconocidas, subiendo y bajando por el crepitante empedrado, hasta llegar a la nave en que se acumulaban los vinilófilos. Yo di una vuelta rápida buscando cedés del sello ECM (los brasileños, que abundaban, los tengo ya todos) y salí a esperar a mi acompañante. Me encontré entonces con un jardincito en cuesta, maravilloso: el Botto Machado, con una verja que daba al río. Me senté a tomarme una caña ("uma imperial") en el coqueto kiosco, entre suaves voces portuguesas. Allí ya no había turistas. Después de un buen rato empezó a chispear y aguanté, aguantamos todos. Hasta que cayó el chaparrón.
 
Habíamos entrado en Lisboa por el puente Vasco da Gama y, para mi maravilla, salimos por el 25 de Abril, bajo el que habíamos estado hipnotizados unos días antes. Hacia la desembocadura se veía el monumento a los Descubrimientos y más allá la amplitud oceánica. Me acordé del Pessoa de Mensaje: "el mar con fin será griego o romano, / el mar sin fin es portugués".
 
* * * 

31.3.24

Santa semana en Lisboa

[Montanoscopia]  
 
1. Nada más salir de España y entrar en Portugal, una sensación contundente: la de emerger de la porquería. Así estamos. 
 
2. La alegría de los primeros pasos por Lisboa tras haber dejado el equipaje en el hotel. Nos alojamos cerca de la plaza de Camões y caminamos por la rua do Loreto, el largo do Calhariz, la calçada do Combro... Entramos por Marechal Saldanha en el mirador de Santa Catarina. El río-mar, la ciudad, el puente, el monstruo Adamastor (sobre el que deliraba Ricardo Reis). Ambiente desenvuelto de visitantes. La alegría parece haberlos contagiado a todos.  
 
3. Cada visita mía a Lisboa ha sido diferente; además de porque todo cambia, porque no se ha repetido la compañía (ni la soledad de mi primer viaje). En cada visita están las anteriores, que resuenan y resurgen por aquí y por allá, dándole una sombra de pasado al presente, o un relieve. La ciudad la tengo habitada, lo que quiere decir que están, se cruzan, los fantasmas que fueron y los fantasmas que fui.  
 
4. Es la primera vez que vivo una Lisboa intensa, prolongadamente lluviosa. Siempre me tocó soleada, con alguna lluvia o algún rato nublado que no anulaban la primacía del sol. Mi idea de Lisboa se hizo así contra su fama: hermosa sin melancolía. Solo la corrosión atlántica de las fachadas, ciertos rincones ruinosos, la suavidad derrotista de los portugueses o el desasosiego de Pessoa que se acoplaba a la ciudad mantenían el hilo con su imagen triste, mientras chisporroteaba de vida. Esta Semana Santa sí ha reinado la lluvia. Solo ha salido el sol dos mañanas: el resto, nubes y agua. Muchos minutos escondidos en soportales, entre ellos el de la catedral y el del panteón de hombres ilustres (¡incluida Amália Rodrigues!), mientras diluviaba fuera. De este último huimos en un tuk-tuk que trepidaba por las cuestas empedradas y con raíles, como una atracción de feria. Otras veces caminábamos con el paraguas mientras yo canturreaba a Adriana Calcanhotto: "Mão e luva, vamos passear de guarda-chuva [...] Luva e mão, nosso encontro parecia perfeição". Y horas en la habitación con la lluvia fuera. Una Lisboa fastidiosa, incómoda, divina.  
 
5. Hubo un tornado por el puente Vasco da Gama, pero nos pilló a cubierto. Sí nos pilló in situ un temporal que se desató mientras merodeábamos bajo el puente 25 de Abril. Accedimos allí desde el barrio de Alcântara y la LX Factory, donde se encuentra la enorme librería Ler Devagar. Estábamos presos de una suerte de hipnosis del puente, que nos impedía salir de su influjo. Hasta que se desató el temporal y el Tajo se agitó con su fuerza atlántica. La hipnosis no hizo más que acentuarse, y allí seguimos empujados por el viento, con los paraguas tronchados, mojados por la lluvia y el río-mar. Fue una tarde sublime.  
 
6. Por lo demás, librerías, restaurantes, bares, museos, tiendas de discos (hay varias en el Espaço Chiado, Misericórdia 12). Para beber, Pensão Amor (Alecrim 19) y Pavilhão Chinês (Dom Pedro V 89; ¡hay que llamar al timbre!), además de unas ginjinhas de pie en A Ginjinha (São Domingos 8). Para comer (¡una vez que ha cerrado la Casa da Índia de la rua do Loreto!), Papo Cheio (São Pedro de Alcântara 15), Barcabela (Palma 285) y Acarajé da Carol (Rosa 63), estupendo restaurantito brasileño. 
 
7. La mejor librería es ahora la Travessa (Escola Politécnica 46), que viene de Río de Janeiro y tiene muchos libros de allí (algo infrecuente en Portugal). Y el mejor mirador (con otro rincón brasileño escondido, bajando unas escaleritas como de casa particular): Senhora do Monte. 
 
* * * 

28.3.24

La muerte del periodismo

Entre los estudiantes de Periodismo (yo lo fui un par de cursos, en la Complutense) eran objeto de displicencia los profesores que enseñaban para los periódicos sin haber trabajado en los periódicos. No es el caso de Teodoro León Gross, profesor en la Universidad de Málaga pero periodista desde mucho antes, y durante y después. Tenemos la misma edad (somos del 66) y por eso recibí con toda nitidez el espectáculo de su brillantez precoz. Con veintipocos años, a finales de los ochenta, cuando yo me hallaba envuelto en mis romas brumas pessoanas (entre las que sigo en buena parte), él ya era colaborador fijo en Diario 16 con artículos de un nivel que no alcanzaban los mayores (recuerdo uno en que citaba a Herder) y una insolente frescura (recuerdo otro en que describía cómo golpeteaba con el trote la melenita de Chano, futbolista del Málaga). En la foto de su columna se parecía a David Leavitt, cuando este era lo más.
 
Pasados más de tres decenios, su trayectoria ha sido extensísima en prensa, radio y televisión. Por concretar solo la primera, ha escrito entre otros, además de para aquel Diario 16, para los diarios del grupo Vocento y el grupo Joly, El País, El Mundo, The Objective y actualmente el Abc. En la radio colabora hoy en Herrera en Cope y en televisión dirige y presenta en Canal Sur Mesa de Análisis. Ahora ha juntado esta experiencia tan completa con su potencial académico y ha escrito un libro apabullante, La muerte del periodismo (Deusto), que se ha puesto convenientemente a la venta en esta Semana Santa. León Gross lleva a cabo una disección implacable del periodismo en la actualidad, casi más en el ataúd que en la mesa de operaciones, con la que hacer un duelo lúcido en estos días fúnebres. Si al periodismo le aguarda una resurrección no lo sabemos, pero sí sabemos que para ella serían imprescindibles las lecciones contenidas en este libro.
 
Con el rigor y la erudición de un estudio académico (tiene empaque de tesis doctoral) y la agilidad vibrante del artículo de prensa, La muerte del periodismo analiza la crisis del otrora llamado "cuarto poder", relacionándolo con el estado de nuestra democracia. El subtítulo, Cómo una política sin contrapoder degrada la democracia, indica que las dos cosas van juntas: el poder político sin el contrapoder de la prensa se adentra en turbias derivas autócratas. El autor está atento al mundo y se ha leído todos los ensayos relevantes de los últimos años, y entrelaza sus observaciones con sus lecturas para ofrecer un panorama candente que nos pone al día.
 
Los múltiples ejemplos extraídos de la prensa que puntean las páginas de La muerte del periodismo funcionan además como una historia político-mediática de los últimos dieciséis años: la crisis del periodismo podría fecharse en la crisis económica de 2008, en que los medios empezaron a no poder autofinanciarse, quedando debilitados y casi a expensas del poder político. Esto, unido a la revolución tecnológica, que ha alterado el funcionamiento del oficio y el negocio, y el sometimiento a las redes sociales, a cuyas dinámicas abaratadoras y sensacionalistas se han rendido en buena medida los medios, así como al desprestigio de la verdad y el imperio de las fake news (o noticias falseadas), han dejado al periodismo en su actual postración.
 
En realidad, como desmenuza convincentemente León Gross, tales defectos del periodismo no son nuevos: no hay edad de oro. Si acaso, ahora se han incrementado. La gran novedad, concluye el autor, es que el periodismo ha perdido influencia. Es decir, poder: poder para ejercer su contrapoder.
 
* * * 

24.3.24

Simios, amebas, polarización asimétrica y negronis

[Montanoscopia] 
 
1. Murió el primatólogo Frans de Waal. Tuvo la fortuna de desconocer la existencia de Óscar Puente, que le hubiera arruinado sus teorías sobre la empatía de los simios. 
 
2. Estoy fascinado con el harén de amebas de Sánchez: esas comentaristas amoldables, sin tensión moral, que justifican, cuando no celebran como astucias o genialidades, cada uno de los pasos del presidente. 
 
3. "Hay una polarización asimétrica. Aquí hay gente que insulta y gente que somos insultados. Hay gente que ataca y gente que somos atacados. Gente que miente y gente que tratamos de hacer de la verdad nuestra forma de hacer política". Lo dice Sánchez. O es un cínico o un enfermo. Sería preferible lo primero, porque al menos no habría perdido la noción de la realidad. 
 
4. Leo que el PSOE busca como candidato para las elecciones europeas a un independiente "de reconocido prestigio". Me pongo a pensar qué escribir al respecto en esta Montanoscopia, más allá del síntoma de que el partido tenga que buscarlo fuera, cuando Arias Maldonado se me adelanta con este mensaje: "Paradoja del independiente de prestigio en la actual política española: en cuanto dice que sí, se queda sin prestigio". 
 
5. Las reticencias de Feijóo sobre la candidatura de Alejandro Fernández en las elecciones catalanas, y las maniobras internas en el PP que desvelan los analistas, confirman una vez más que los políticos no tienen ni idea y que solo se les puede enderezar a palos; es decir, mediante críticas, presiones y castigos electorales. 
 
6. El sórdido Puigdemont y su discurso reaccionario: mediocre, mentiroso. Lo peor del nacionalismo es que está fundado en falsedades y tergiversaciones. Los efectos xenófobos, fascistoides o abiertamente fascistas, son inevitables emanaciones del pudridero ético y político en que se asienta. 
 
7. Aparecen pintadas anarquistas contra la taberna Garibaldi de Pablo Iglesias el día antes de la inauguración. En esa misma calle del Ave María del barrio de Lavapiés, cuenta Arturo Barea, que vivía allí, los milicianos asesinaron a un anarquista el mismo 18 de julio de 1936 por la noche. "Uno menos", dijeron. Además de a fascistas, los comunistas y los anarquistas se mataban entre ellos, acusándose de fascistas. También se mataban los propios comunistas, según fueran estalinistas o trotskistas. Así eran los tiempos que nuestros merluzos ideológicos añoran: muchos de los cuales les deberán la vida (o el no ser asesinos) justamente a que no estamos en aquellos tiempos. 
 
8. Un episodio más festivo respecto a la inauguración de locales fue el del restaurante Maldoror de París en 1930. Los cantos de Maldoror del conde de Lautréamont era uno de los libros sagrados de los surrealistas. Por eso la utilización del nombre les pareció un sacrilegio. Poco después de la inauguración se plantaron con garrotas en el Maldoror. André Breton gritó desde la entrada: "¡Somos los invitados del conde de Lautréamont!". Y se pusieron a destrozarlo. La trifulca se saldó, aparte de con los daños en el establecimiento y los golpes entre los concurrentes, con una cuchillada a René Char en la ingle. 
 
9. Un amigo periodista que venía hablando de la "generación Negroni" a propósito de ciertos columnistas más o menos literaturizantes, y que vio cómo su acuñación se usó como título en la antología de columnistas Generación Negroni, me habla de la negligencia de estos antologados: "¡Ninguno se ha plantado en el Garibaldi a pedirse un negroni!". Como en la antología estuvo implicado Guillermo Garabito, yo propuse (¡cariñosamente!) que debería haberse titulado Generación Garabito. "¡Garabito en el Garibaldi!", empiezo a bromear con mi amigo. Y mi amigo redondea: "¡Garabito escuchando a Gabinete Caligari en el Garibaldi!". 
 
* * * 

21.3.24

La ciencia en cuestión

Antonio Diéguez es un sabio cotidiano, cuya cercanía y sentido del humor envuelven cortésmente sus notables conocimientos. De entre las dos modulaciones del genio malagueño, la picassiana y la chiquitista, Diéguez se inclina por la acertada, la segunda: cuando cuenta historias, sus suaves toques a lo Chiquito de la Calzada segregan un regusto por el cómo aún más que por el qué, interesante igualmente. Por lo demás, es catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga y acaba de publicar un libro perfecto sobre su materia: La ciencia en cuestión. Disenso, negación y objetividad (Herder). 
 
No es un manual de filosofía de la ciencia, como sí lo era su ya clásico Filosofía de la ciencia. Ciencia, racionalidad y realidad (UMA Editorial), muy leído por estudiantes e interesados; pero los lectores de La ciencia en cuestión, al asistir al ejercicio (teórico) de esta disciplina sobre los asuntos acuciantes de la ciencia en el presente, recibirán un despliegue bastante completo de su sentido y sus posibilidades. Se harán una idea jugosa de lo que la filosofía de la ciencia puede hacer; y, como derivación de ello, de lo que la filosofía de la ciencia es. 
 
De entre las obras anteriores de Diéguez, destaca La vida bajo escrutinio. Una introducción a la filosofía de la biología (Biblioteca Buridán). En los últimos años se ha ocupado de la filosofía de la tecnología y del transhumanismo, lo que ha fructificado en dos estudios importantes: Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano y Cuerpos inadecuados. El desafío transhumanista de la filosofía (ambos también en Herder). Al ser temas candentes, y al haberlos abordado con su saber y rigor habituales, Diéguez ha alcanzado notoriedad internacional; hasta el punto de convertirse, como señaló su compañero Manuel Toscano en la presentación de La ciencia en cuestión en Málaga, en una estrella académica. En dicho acto Diéguez bromeó con que, como dicen los actores, no quería "encasillarse" en eso para lo que todos lo reclaman ahora, y por ello ha vuelto a sus orígenes de estricto filósofo de la ciencia. 
 
La ciencia en cuestión afronta los cuestionamientos a que se ve sometida hoy la ciencia, el análisis de los cuales (que lleva a cabo con claridad) dibuja lo que para el autor es propiamente la ciencia. A la reflexión filosófica sobre esta ha dedicado más de treinta años y siente ahora la necesidad de afrontar las polémicas que afectan a esta forma del saber, la más sólida desde el punto de vista racional, en un momento en que crecen "las actitudes anticientíficas, pseudocientíficas y negacionistas". El propósito de Diéguez, apunta en la introducción, es "explicar qué es realmente la ciencia desde la perspectiva" de la filosofía de la ciencia, "qué es lo que cabe esperar de ella y por qué algunas de las críticas que se han hecho contra ella y las supuestas alternativas que se vienen sugiriendo están desencaminadas, cuando no francamente equivocadas". 
 
El repaso de Diéguez es tanto más interesante por cuanto que da una idea precisa de lo que la ciencia es en la actualidad, más allá de lo que se suele seguir pensando por inercia. "La forma en que se lleva a cabo la investigación científica", escribe, "ha experimentado transformaciones que la alejan de la imagen tradicional que todavía predomina en la mente de muchas personas". El autor, que entre otras cosas niega la existencia del "Método Científico" (así con mayúsculas), nos pone al día admirablemente. Uno sale de la lectura de La ciencia en cuestión con una visión renovada de la ciencia, su problemática, sus dificultades, sus logros y su posible futuro. 
 
* * * 

17.3.24

Monigotes al servicio de Asurbanipal

[Montanoscopia] 
 
1. Se aprobó la amnistía. Se acabó. Solo cabe un consuelo escénico: el retraido Sánchez, el irrisorio Bolaños, la soez Montero, la inane Yolanda Díaz, el ridículo Errejón, los histéricos independentistas delataban la aberración de la ley. El presidente degradante lo degrada todo; empezando por sus acólitos, a quienes ha sepultado en el papelón de sus vidas. Son esas figuras pequeñas de los bajorrelieves asirios, monigotes al servicio de Asurbanipal.
 
2. Las mentiras descaradas (sintagma no valorativo sino de una precisión escalofriante) del Gobierno y la prensa afín sobre las conclusiones de la Comisión de Venecia acerca de la amnistía prueban que ya no hablan para los ciudadanos, sino para sus adeptos: los terraplanistas del sanchismo. Otra muestra más de que la conversación pública se ha terminado en España. A propósito de las declaraciones concretas de Félix Bolaños (triministro que duele como el trigémino), dijo Rafa Latorre en La Brújula que su empeño en negar la realidad era una forma de enloquecernos. Latorre tenía sin duda en mente el librito Sobre la verdad, de Harry G. Frankfurt, en que se afirma que el mentiroso nos instala en un mundo irreal, o sea, nos imprime locura. El monstruoso edificio de mentiras en que vivimos, que parte de las mentiras del independentismo, de la mentira esencial del nacionalismo, nos mantiene en la España loca de siempre; nos regresa a ella. Gracias al Gobierno más reaccionario que hemos tenido desde el último del franquismo; y a la prensa ídem, desde la del movimiento.
 
3. Hago mío el deseo de Arcadi Espada (en su podcast) de que Illa se estrelle en las elecciones catalanas y se hunda el PSOE. Hago también míos sus melindres ante la posibilidad de votar al PP. (Los apretaos no tienen en cuenta nuestros melindres, y así les va.)
 
4. Miguel Ángel Rodríguez: el Óscar Puente del PP. Un Óscar Puente de antes de Óscar Puente. Aunque hoy haya un culpable principalísimo, que deja al otro en bragas, el embrutecimiento en España siempre ha sido una danza a dos.
 
5. Muchas risas con el tabernero Iglesias. Y es cierto que su revolución es kitsch, como de película de Bertolucci o canción de Ismael Serrano; o de Tintín en el país de los sóviets, a favor de los sóviets. Pero es el único español que ha trabajado, que ha triunfado, y merece una barra en la que contar sus batallitas. Ha conseguido lo que se había propuesto: destruir el "régimen del 78". Hasta Errejón, su supuesto enemigo, ha hablado con sus palabras sobre la amnistía. Ha poseído a todos los de su facción, empezando por el presidente Sánchez. Este, igual que plagió la tesis doctoral, ha plagiado el iglesismo. Iglesias ha sido su Cyrano: el que le enseñó lo que tenía que decir, e incluso hacer. El drama de Iglesias es que el físico no le daba para ejecutar él mismo su propósito. Necesitaba alguien con percha como Sánchez. Ahora, mientras el maniquí sigue mecánicamente en los minutos (o meses o años) de la basura, Iglesias puede poner de tapa su picadillo de Constitución y encima sacarse unos euros.
 
6. Definitivamente, qué pena. Peor aún es cuando sale de su silencio argullólico y habla, desde la impostación de la autoridad que ha perdido. Y con una equidistancia falaz. Su "voz moral" es hoy una carcasa retórica. No ha estado a la altura de las circunstancias. Es uno de los damnificados del sanchismo. Pero sigue ejercitándose en ella, como si no se hubiese enterado. Probablemente no se haya enterado. Lo trágico es que esa es su única voz, ya por siempre desencajada.
 
* * *